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Aprender de la derrota

Aprender de la derrota

En el ámbito educativo, a partir de la organización de varios torneos y competencias de eSports, hemos podido ver cómo los niños disfrutan y se alegran con sus logros. Sin embargo, muchos de ellos, cuando no pueden superar los desafíos se frustran fácilmente e incluso, algún adulto, ya sea un profesor o los padres, debe acudir “al rescate” para ayudarlos a salir de ese momento difícil.

 

¿Qué aprendizajes podemos tomar de estas experiencias? 

¿Da lo mismo ganar que perder? ¿Se puede aprender a perder?

¿Qué podemos hacer como papás?

Las derrotas son inevitables en la vida y, tarde o temprano, también se presentarán en la vida de nuestros hijos. Nuestro deber como adultos será enseñarles a sacar lo mejor de ellas porque, como seguramente nos ha sucedido, no son totalmente negativas. Hay lecciones, habilidades y virtudes que podemos aprender de ellas.

En primer lugar, lleva mucho tiempo -años- aprender a perder y no se logra con los discursos racionales de los adultos del estilo “no importa ganar o perder, lo que importa es divertirse”, “hay que saber perder”, “lo importante es jugar limpio”, “no seas tramposo”, “sos un mal perdedor”, ” si te vas poner así no juego más con vos”. Esas frases hacen que los chicos se sientan mal con ellos mismos por no poder alcanzar los estándares de sus padres.

La realidad es que es mejor y más divertido, ganar que perder, y que jugamos para ganar. También es verdad que no pueden ganar todos…

Los niños, especialmente los chiquitos, tienden a abandonar apenas corren peligro de perder, o hacen lo posible y lo imposible para ganar: cambian las reglas, hacen trampa, incluso mienten, como llegar a casa diciendo que hicieron cinco goles cuando en realidad no hicieron ninguno. Y esto puede continuar durante la escolaridad primaria. Y también vemos adolescentes y hasta adultos que se “olvidan” de contabilizar un tiro, o que en un partido de tenis “ven” que la pelota picó afuera para no perder el tanto.

La psicóloga experta en crianza Maritchú Seitún de Chas afirma que “aunque suene increíble, a partir del recuerdo de las experiencias de juego con sus padres y la confianza adquirida los niños adquieren seguridad en sí mismos y empiezan a tolerar perder”.

No significa que de pequeñitos los dejemos ganar siempre, sobre todo cuando jugamos con más de un chico, pero aprovechemos las oportunidades en las que estamos uno a uno para patear despacio, dejarlos tirar una vez más los dados, etc.. Con el tiempo vamos empezando a ganarles de cuando en cuando, llegando al final casi empatados, hasta que llegue el día en que nos miren a los ojos y nos digan “no te hagas más” (no te dejes ganar más, ya no lo necesito), quizás todavía ahí necesiten un poco más de nuestra vista gorda, pero se acercan a poder divertirse compitiendo, independientemente del resultado.

“Aunque suene increíble, a partir del recuerdo de las experiencias de juego con sus padres y la confianza adquirida los niños adquieren seguridad en sí mismos y empiezan a tolerar perder”.

“De tantos partidos de casita robada, generala, penales, carreras, ganados van sabiéndose buenos jugadores y esa certeza interna les permite perder sin sentirse mal, sin tantos enojos ni trampas ni cambios de reglas”, sostiene la especialista.

El siguiente paso es pensar qué clase de ganadores o perdedores somos nosotros, qué ven nuestros hijos, porque la identificación tiene un papel central. Cuán dramático es para nosotros perder, o que pierda nuestro equipo favorito, o si quizás no competimos porque no nos gusta perder, si podemos sonreír cuando no ganamos o si buscamos excusas o a quién echarle la culpa de nuestro fracaso. Prediquemos con nuestro ejemplo y no olvidemos acompañar su dolor cuando no ganan, porque perder duele, y de la mano de un adulto que no se enoja ni se desilusiona ni da lecciones de vida, se tolera mejor.

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